Seguimos con más de la obra del Maestro José Batres Montufar.
Mitrídates, rey del Ponto,
se mató, no por su mano,
mas por la de un veterano
muy obediente y muy tonto.
Ero se echó al Helesponto
al ver a Leandro ahogado
(el pobre no era pescado)
y nadar de noche, a oscuras.
¡Ay, infelices criaturas!
Dios las haya perdonado.
Aníbal tomó veneno,
Scipiòn murió degollado,
Cinna fue descuartizado
y arrastrado por el cieno.
Cleopatra metió en su seno
el gusanillo del Nilo,
de peste murió Camilo,
Adriano de hidropesía,
y Sèneca de sangría
por orden de su pupilo.
Lucrecia de una estocada
le dio fin a su existencia,
a mi entender por demencia
más bien que por recatada.
Sapho al revés: desechada
por un mozo vagamundo,
tuvo un pesar tan profundo
que de un salto se mató:
salto que no diera yo
por todo el oro del mundo.
El apóstol Iscariote
se echó un dogal en la gola
por falta de una pistola,
de un puñal o de un garrote.
Les deseo el mismo lote
a todos sus sucesores
que a su patria y bienhechores
clavan saetas agudas,
¡que se maten como Judas
los ingratos, los traidores!.
De los hombres que vivieron
y su nombre nos dejaron
unos cuantos se mataron
y los demás se murieron.
Lo mismo que ellos hicieron
haremos en conclusión.
Esta es la sola razón
clara, palpable y notoria
que se saca de la historia
acerca de la cuestión.
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