Para disfrute de todos dejamos las deécimas restantes de esta bella muestra de la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz
Tan espíritu te admiro,
que cuando deidad te creo,
hallo el alma que no veo,
y dudo el cuerpo que miro.
Todo el discurso retiro,
admirada en tu beldad:
que muestra con realidad,
dejando el sentido en calma,
que puede copiarse el alma,
que es visible la deidad.
Mirando perfección tal
cual la que en ti llego a ver,
apenas puedo creer
que puedes tener igual;
y a no haber Original
de cuya perfección rara
la que hay en ti se copiara,
perdida por tu afición,
segundo Pigmalïón,
la animación te impetrara.
Toco, por ver si escondido
lo viviente en ti parece:
¿posible es, que de él carece
quien roba todo el sentido?
¿Posible es, que no has sentido
esta mano que te toca,
y a que atiendas te provoca
a mis rendidos despojos?
¿Que no hay luz en esos ojos?
¿Que no hay voz en esa boca?
Bien puedo formar querella,
cuando me dejas en calma,
de que me robas el alma
y no te animas con ella;
y cuando altivo atropella
tu rigor, mi rendimiento,
apurando el sufrimiento,
tanto tu piedad se aleja,
que se me pierde la queja
y se me logra el tormento.
Tal vez, pienso que piadoso
respondes a mi afición;
y otras, teme el corazón
que te esquivas desdeñoso.
Ya alienta el pecho, dichoso,
ya infeliz al rigor muere;
pero, como quiera, adquiere
la dicha de poseer,
porque al fin, en mi poder
serás lo que yo quisiere.
Y aunque ostentes el rigor
de tu Original, fiel,
a mí me ha dado el pincel
lo que no puede el amor.
Dichosa vivo al favor
que me ofrece un bronce frío:
pues aunque muestres desvío,
podrás, cuando más terrible,
decir que eres impasible,
pero no que no eres mío.
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