Pasma, al mirar su serena
Faz y su blondo cabello,
Que encubra rostro tan bello
Los instintos de una hiena.
Cuando en el monte resuena
Su bronca trompa de caza,
Con mudo terror abraza
La madre al niño inocente,
Y huye medrosa la gente
Del turbión que la amenaza.
Desde su escarpada roca
Baja al indefenso llano
Con el acero en la mano
Y la blasfemia en la boca.
Excita con rabia loca
El ardor de su mesnada,
Y no cesa la algarada
Con que a los pueblos castiga,
Sino cuando se fatiga,
Más que su brazo, su espada.
De condición dura y torva
No acierta a vivir en paz,
como incendio voraz
Destruye cuanto le estorba.
Todo a su paso se encorva.
La súplica le exaspera,
Goza en la matanza fiera,
con el botín del robo
Vuelve, como hambriento lobo,
A su infame madriguera.
De cuyos espesos muros.
En las noches sosegadas,
Surgen torpes carcajadas,
Maldiciones y conjuros.
Con los cantares impuros
Del señor y sus bandidos.
Salen también confundidos.
De los hondos calabozos.
Desgarradores sollozos
Y penetrantes quejidos.
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