Es conocida la historia de las hermanas Soledad, Julia e Irene, que conocieron a un agente viajero que empezó a frecuentar y enamorar a las tres. Como no sabían quién de ellas era la preferida, le pidieron que delcarara sus intenciones por una. El hombre envió el siguiente mensaje:
Tres bellas que bellas son
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazòn
si obedecer es razòn
digo que amo a Soledad
no a Julia cuya bondad
persona humana no tiene
no aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad.
Como el texto no tenìa ningún signo, Soledad punteó el mensaje de la siguiente manera, para delcararse la elegida:
Tres bellas, que bellas son,
me han exigido las tres,
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazòn.
Si obedecer es razón,
digo que amo a Soledad;
no a Julia, cuya bondad
persona humana no tiene;
no aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Sin embargo, Julia propuso su versión, en la que ella era la favorecida:
Tres bellas, que bellas son,
me han exigido las tres,
qie diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
digo que ¿amo a Soledad?
No. A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene;
no aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Pero Irene también lo redactó a su manera:
Tres bellas, que bellas son,
me han exigido las tres,
qie diga de ellas cuál es
la que ama mi corazòn.
Si obedecer es razón,
digo que ¿amo a Soledad?
No. ¿A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene?
No. Aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Como las tres dieron a conocer un texto en la que cada una resultaba favorecida, sin saber quién, le pidieron al supuesto pretendiente que enviara un nuevo mensaje con los signos de puntuación que aclararan el sentido de su primer mensaje. Ésta fue la respuesta(en la que las tres hermanas salen trasquiladas):
Tres bellas, que bellas son,
me han exigido las tres,
qie diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
digo que ¿amo a Soledad?
No. ¿A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene?
No. ¿Aspira mi amor a Irene?
¡Qué! ¡No! Es poca su beldad.
José Mariano Vallejo
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